Borrador 10. Septiembre 2021
Me gusta porque no se le nota que está rota. Me contagia
esa idea de que se puede ser feliz a pesar de tener un corazón
despedazado.
Yo sé que así lo tiene. Le falta una pieza de esas que nunca
más va a encontrar. Ella va a vivir sin una parte para siempre. Con
un corazón desarmado que nunca va a armarse de nuevo. Pero la
piba se para igual. Se para y no se le nota que renguea. Sigue.
Sigue jugando con esas piezas que le quedan, sabiendo que nunca
más va a volver a tener el rompecabezas armado arriba de la mesa.
Ella sigue caminando con ese vacío incrustado en el pecho. Sigue
jugando con lo que le queda. Guarda el dolor de la pieza que le
falta para otro momento. Ella se sigue parando. No está sanada.
No va a sanar. Lo sabe. Pero se para con esa fortaleza del que sabe
que así es la vida.
Ella ya entendió todo. Sabe que perdió la batalla. Lo sabe.
Pero se ríe. Y a veces disfruta. Contagia la idea de que se puede.
Que, aun rota, se puede si se quiere. Ella perdió justo lo que no
te- nía que perder. De todas las cosas posibles, justo esa no tenía
que perderla. Pero la perdió. Y le duele en el pecho y en la
garganta.
Extraña. No se agarra de nada que la distraiga de la verdad de
saber que no está y que no va a volver. Pero ella sigue. A veces
tropieza, pero cree que tropezar mirando al cielo siempre compensa.
Sigue. No tiembla. Y entonces a mí, me gusta esa sonrisa en su
cara. Me hace pensar que se puede. Me gusta ver que sigue con
lo que tiene. Que no busca reemplazos.
Me gusta verla porque me planta una evidencia que me cuesta
asumir. Sí, la gente rota puede seguir su curso. Puede ser feliz. Ella es
feliz. Las sonrisas no mienten. La mirada, tampoco. Ella es feliz. Y está
hecha pelota. No es careta. No es valiente. Es simple- mente una piba
que, rota, camina igual.
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